jueves, 10 de abril de 2003

Aldo Paparella

“La fe y el sexo son formas de aliviar nuestra angustia existencial”

Historias que ocurren en cinco ciudades del mundo, sexo explícito con actores no profesiones y, como si esto fuera poco, dos mujeres haciendo el amor sobre la cama donde se suicidó Leopoldo Lugones. Hoteles, primer largometraje de Aldo Paparella: una película atípica en el programa del BAFICI.

Estudió cine hace más de veinte años, pero recién ahora, cumplidos los 45, Aldo Paparella acaba de terminar su primera película. “Estuve dedicado full time a la docencia”, dice para explicar tantos años de silencio, aunque declara un mediometraje en 1986 y “algunas cosas en video” desde entonces. Hace más de diez años que Paparella dirige el CIEVYC, la escuela de cine de la que salió, entre otros, Ezequiel Acuña, responsable de Nadar Solo, que compite actualmente en el BAFICI. Creo que Hoteles tiene un abordaje completamente diferente al cine argentino en general”, asegura, y para comprobarlo alcanza con saber que se trata de cinco historias que suceden en diferentes ciudades del mundo —Shangai, Chernobyl, Nueva York, Asunción y Buenos Aires—, que su título pretende ser “una metáfora de la situación humana”, y que buena parte de la trama consiste en escenas de sexo explícito.

— ¿Los episodios se filmaron en las ciudades reales?

— No. Nunca estuve en Shangai, desgraciadamente. Para filmarla en esos lugares hubiera hecho falta muchísima plata. Excepto Nueva York, donde se hicieron algunas tomas de exteriores, todo el resto de los episodios se filmó acá, en interiores. Cada una de las ciudades tiene una ambientación muy cuidada.

— ¿Por qué trabajó con actores no profesionales?

— Desde el comienzo del proyecto me pareció imprescindible que hubiera escenas de sexo explícito. Son historias de parejas y yo quería mostrarlas desde una óptica totalmente distinta: no una representación, sino que estuviera sucediendo realmente. El casting fue dificilísimo y me llevo muchos meses: fue uno de los trabajos más duros de la película. Los actores profesionales no se animan, cuidan mucho su imagen y tienen miedo de que en el futuro esas escenas les puedan volver como un boomerang y les impidan trabajar en la tele.

— ¿Cómo eligió a los actores?

— En la medida de lo posible, traté de trabajar con gente del lugar: la actriz que hace de prostituta sadomasoquista en el episodio de Asunción es paraguaya. Y el personaje masculino en Chernobyl es un ruso que vivía en una ciudad cercana y fue evacuado cuando la planta explotó. Los episodios están hablados en el idioma de cada ciudad —chino, ruso, guaraní, y castellano—, excepto Nueva York, que no tiene diálogos.

— ¿Alguno se arrepintió a último momento?

— No. Cuando alguien decide hacer esto, tiene muy claro de qué se trata. Yo los llamé para hacer de ellos mismos. Esa propuesta puede resultar intimidante, pero si vos generás las condiciones para que una persona pueda moverse con comodidad en un personaje que se le parece, entonces surge espontáneamente. Aunque fue muy difícil conseguir a los actores, cuando los encontré me di cuenta que para ellos no representaba algo sobrehumano. Descubrí que no todos los actores tienen la misma relación con su cuerpo: algunos tenían pavor de transgredir ciertos límites, y para otros resultaba muy natural. Es como en la playa: algunas chicas no se sacan la remera, otras van con micro bikini, y hay gente que prefiere una playa nudista. La naturalidad que logramos en las escenas de sexo es consecuencia de la naturalidad que estas personas tienen con sus cuerpos. De todos modos, es una experiencia muy fuerte, que condiciona toda la filmación: antes de hacerlas los actores están pensando en las escenas de sexo, y después siguen pensando en lo mismo. Eso tiñe todo el trabajo de un clima muy especial, y creo que en la película se nota.

— ¿Cómo fue la experiencia de filmar esas escenas?

— Fue muy rica porque nada salió como yo suponía. Yo pensé que todos estábamos trabajando de manera estrictamente profesional, pero cuando dos personas están teniendo sexo, por más que los estés registrando, están teniendo sexo. Es muy raro: es un momento de extrema tensión. El episodio de Buenos Aires, por ejemplo, es entre dos chicas que se hospedan en el Tigre en la hostería “El tropezón”, porque quieren hacer el amor en la cama donde se suicidó Leopoldo Lugones. Esa habitación está conservada intacta, con la jarra y el vaso que usó Lugones en 1938. Sesenta años después, nosotros estábamos filmando en esa misma cama una escena de sexo entre dos chicas. Ese momento fue de una fuerza, una violencia y una tensión que yo pocas veces he sentido en mi vida.

— ¿Coincide en considerarla atípica en el panorama actual?

— Yo creo que el cine argentino está saliendo del neorrealismo. Hay muchos ejemplos: mi película es uno. Pero en el BAFICI también se proyectaron Extraño, de Santiago Loza, y la película de Willi Behnisch, Cantata de las cosas solas, que están en la misma línea. Es un cine que está en la punta opuesta a Pizza, Birra, Faso, donde el tema del naturalismo está abandonado por completo. Esas voces van formando un coro y dejan de estar tan aisladas. Creo que Hoteles tiene un abordaje completamente diferente al cine argentino en general: no parece hecha acá. Yo no escribí un guión detallado. Fui trabajando los núcleos de acción de cada historia, y aunque ya sabía lo que iba a pasar durante toda la película, recién en el momento de filmar definía los planos. Anotaba, por ejemplo “Ella se baña”, pero recién cuando tenía a la actriz y elegía el baño, terminaba de planear la puesta en escena. Es una forma de trabajo riesgosa, porque lleva mucho más tiempo, pero a la vez te permite aprovechar lo que te está dando el momento: el lugar, la luz, la espontaneidad del actor. Para trabajar así hay que tener un gran dominio de la técnica.

— ¿Qué repercusión cree que va a tener?

— Esta película me genera muchas expectativas diversas. A nivel comercial no me imagino qué pueda pasar, porque es una película sumamente atípica. No creo que sea popular, pero hay películas que no lo son y sin embargo tienen una buena respuesta de público. En cuanto al sexo explícito, para suponer qué reacción va a haber puedo pensar en la francesa Intimidad. La mía, de todos modos, es un poco más explícita: en Intimidad no se ven genitales, y en Hoteles sí. Yo espero que eso sea leído dentro de un contexto, y que le sirva al espectador para involucrarse más dentro del universo que le estoy proponiendo. Aunque no trabajé el erotismo —siempre me pareció muy fría, muy distanciada— los comentarios que recibí de las primeras personas que la vieron, me hablan de que la gente tiene incluso reacciones fisiológicas. Eso me divierte: es sorprendente que las cosas que yo pensé en mi escritorio entre papeles provoquen reacciones físicas dos años después. Acá se notan mis lecturas de Eisenstein: cómo la yuxtaposición de varios planos produce algo en el cuerpo del espectador. Es la magia del arte.

— ¿Qué es lo que trata de contar a través del sexo?

Hoteles no se propone ninguna hipótesis: es una sucesión de preguntas universales que nos hacemos todos más o menos igual. Por ejemplo: ¿el sexo satisface el deseo? ¿o el deseo va más allá del sexo? ¿hasta qué punto estoy solo? ¿el sexo casual alivia la soledad? Son preguntas que yo me hago, que no puedo responder, y a las que tampoco la película me ayudó a encontrar salida. Es más: creo que son imposibles de contestar. La película trata sobre mi perplejidad frente a lo que no entiendo. Y el sexo es una parte central de eso: se lo suele pensar como satisfacción del deseo, pero a veces no te genera satisfacción. La película también tiene un componente muy religioso: está muy presente la divinidad. No se trata de un Dios preexistente que el hombre simplemente recibe, sino la divinidad como invención: también a través de la fe, igual que del sexo, tratamos de encontrar alivio para nuestra angustia existencial. Nos sentimos vacíos y no hay nada que nos llene porque estamos desconectados de nosotros mismos, y de eso se trata la felicidad.

Página/12 | Abril 2003

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