domingo, 6 de mayo de 2007

Cesc Gay

“La ficción es la gran droga”

El director catalán ganó con Ficción, que se estrena el jueves, el premio mayor en el último Festival de Mar del Plata. En tono de drama ligero, cuenta la historia de un director de cine casado y con hijos, un poco agobiado por las responsabilidades, que conoce a otra mujer. Aquí reflexiona sobre la actualidad del matrimonio, insiste en la importancia de los amores que elegimos no vivir, y explica por qué nos gusta tanto que nos cuenten historias.

En Ficción hay un director de cine tratando de escribir a partir de su angustia. ¿Vos también trabajás así?
Yo diría que mis primeras películas son menos cercanas a mí, pero por la situación en que se generaron. Hotel Room se hizo en Nueva York con muy poco dinero, intentando encontrar una historia común con Daniel [Gimelberg, que la co-dirigió]. Y Krámpack me vino de una obra de teatro que me propuso una productora para llevar al cine. En cambio tanto En la ciudad como Ficción nacen más de mí. Pero no va a ser una pauta: no sé la próxima de dónde va a salir y a dónde va a llegar.

¿Y en estas aparecen cosas autobiográficas, o simplemente un fondo de inquietud que vos compartís?
Es una mezcla. Las dos trabajan sobre la contención emocional de los personajes, o su incapacidad de comprender lo que sienten. Es el reflejo de cierta clase medio burguesa, medio formal, donde hay pudor… algo muy catalán. Me gustaba husmear en la parte de atrás de los personajes, y tratar de entender por qué hacemos eso, que al final va en contra de nuestra felicidad… En la ciudad era más triste. Y Ficción me da la impresión de que es una película más adulta, donde los personajes son más concientes de por qué no hacen lo que no hacen. Yo creo que es una película sobre una renuncia, con el orgullo que implica cualquier sacrificio. Es una apuesta por la fidelidad, y a mí me parece que está bien. Un amigo mío me decía que me iban a llover premios de asociaciones católicas, como una apología de la familia. Y curiosamente me encontré en España apoyado por la prensa más conservadora. A mí me da igual, ni me alegra ni me ofende. Me daría lo mismo que me apoyaran los rusos o cualquiera.

¿Cuál es el conflicto en Ficción?
Yo creo que es la estereotipada crisis de los 40. Yo tengo esa edad, acabo de cumplir 40, y me doy cuenta entre mis amigos de que los conflictos pasan por la relación entre lo que querías ser y lo que eres, a lo que te dedicas, lo que conseguiste. Alguien me decía que cuanto mayor te haces, menos te miras en el espejo. Hay algo que metafóricamente me gusta de esa imagen.

¿La aparición de formas nuevas de familia y paternidad tendrá que ver con que vivís en una ciudad moderna y cosmopolita como Barcelona?
Sería absurdo negar que Barcelona es una ciudad muy abierta, que siempre ha tenido un espíritu atrevido. En lo empresarial, lo político, lo económico o también en lo cultural. Pero por otro lado no deja de tener algo muy latino, muy mediterráneo, muy italiano; es decir que al final el que manda sigue siendo el abuelo y punto. Hay una cosa muy tradicional. Y a mí me gusta ese equilibrio, porque permite balancear las cosas. Además en los últimos veinte años ha habido una Barcelona que se ha abierto al mundo. Yo soy conciente de que eso afecta nuestras películas. Por ejemplo: que dos amigos, y en este caso con una mujer homosexual, quieran tener un hijo, para mí supone algo muy normal. Por eso en la película aparece sin ninguna importancia: otra persona hubiera hecho de eso un tema polémico. Lo cual no quiere decir que en mi propia ciudad no haya gente que le parezca mal. Pero relacionarme de esa manera con ciertos temas me permite tirarlos ahí desde lo cotidiano.

Pero a la vez eso está confrontado con el modelo de familia tradicional que elije el protagonista.
Sí, el que ya conocemos, ¿no? Pero la peli le da la misma validez a todas esas maneras. Intento engañar un poco, porque sé que alguien de otra generación puede verla y al terminar quedarse pensando: “¿pero esos dos no eran amigos? ¿y ella no era lesbiana? ¿qué me están contando?”. Si se lo cuentas desde ese lugar cotidiano, la mujer sale pensando: “ah, qué bien, ¿por qué no?”. Me gusta engañar un poco al espectador.

¿No trabajás todos los conflictos de esa misma manera, nunca poniéndolo en el centro del relato?
Sí, exacto. Es que a menudo encuentro que el cine es como los coches teledirigidos que tiene mi hijo: cada plano y cada frase están por algo, todo te lleva directamente hacia un lugar. En cambio desde joven me fui empapando de una tradición europea que te “lleva” menos, como la Nouvelle Vague. Yo provoco que el espectador esté un poco perdido. Sé que si paro la proyección a los veinte minutos, abro luces y pregunto de qué va la película y cómo va a terminar, nadie va a tener ni idea. Y eso a mí me gusta, aunque soy conciente de que es un riesgo y es menos comercial. En mis películas nada se cierra, no se ha contado un cuento, no hay una moral detrás. Me gusta un cine que tú persigues, donde eres un observador.

¿Es también una impresión sobre cómo funciona la realidad?
Claro. La realidad es brutal: nada se cierra ni se abre. Si haces un cine más de personas, es necesaria siempre un poco de confusión general…

En una situación como la que plantea Ficción, hace cincuenta años el mandato social hubiera sido quedarse con su mujer. La película marca que el mandato actual es el opuesto: no te reprimas, seguí tu deseo.
Claro, totalmente. Además yo jamás quise hacer Los puentes de Madison: aquí no hay una lección. Para nada. Es más terrible que eso: por el hecho de vivir con quien vivo y de asumirlo, renuncio a volver a enamorarme, a vivir esta historia posible. Y eso va en contra de lo que hoy parece normal.

También parecería como si uno no pudiera asumir lo que eligió hasta que se hace cargo de lo que está resignando…
Este es un conflicto de nuestras generaciones, que mis padres no tuvieron, porque para ellos casarse y salir de sus familias era ganar la libertad, iniciar la vida. A nosotros nos pasa al revés: cuando nos damos cuenta de que nos hemos juntado con alguien en serio, la sensación es que estamos renunciando a nuestra libertad, perdiendo nuestra propia vida. En el fondo la película trabaja sobre ese cambio que ha habido de una generación a otra.

¿Hay una relación entre la ficción y las historias “no vividas” propias?
Sí, si lo pensamos como la película que te haces de lo que pudo haber sido. Pero yo prefiero tomármelo más en serio, en el sentido de que eso lo estabas viviendo como persona, sentías algo tú cuando esa chica pasaba cada vez delante de tu pupitre. Y eso no tiene nada que ver con la ficción. Quise escribir esta historia porque me di cuenta de que esos momentos, donde parecían abrirse otras historias que al final no ocurrían, eran tan poderosos, o más, que las historias efectivamente vividas. Esto se plasma en la película en la escena en la que el personaje de Eduard Fernández entra con su mujer a visitar a su amiga Judith [Carmen Pla] y se encuentra con la otra [Montse Germán]. Eduard me decía: “¡Pero es muy patético! ¡Estoy muy nervioso y no he hecho nada!”. Bueno, de eso estamos hablando: no es verdad que no hayas hecho nada. Ayer estabais en un bar, ella llevaba el pelo mojado, tú sentías lo que sentías. ¿Cómo que no pasó nada? No hace falta estar follando en un hotel para sentir que pasó algo. Y Eduard: “Claro, claro, por eso estoy tan nervioso”. Me gusta porque por encima de toda esa situación hay una comicidad evidente, aunque a uno tal vez le cueste reírse por la tensión.

¿Qué lugar tiene la ficción en nuestra vida?
Yo creo que es la gran droga, lo que alimenta a la gente y la relaja. La gente se enchufa a la televisión y ve los realities, se pone a ver a quién expulsan de la casa, etcétera. Es decir: mentiras. Pero hechas ya desde la verdad, porque en estos programas, por ejemplo, hay realmente unas personas encerradas. ¿Y eso qué es? ¿un montaje? ¡Es espectáculo! Es ficción. Y está muy bien. Ya desde que éramos hombres sentados alrededor de un fuego en una cueva, alguien contaba algo. La capacidad de fabular y de explicarnos las cosas a través de la ficción es posiblemente lo que más nos diferencia de un animal. La gente vive de eso: desde las revistas del corazón hasta las películas. En la ficción te proyectas en lo que no eres, te relajas, etcétera.

Dijiste que te habías propuesto hacer una película más alegre, y que sin embargo te salió triste. ¿Por qué pensás que te pasa eso?
No sé. De todas maneras creo que En la ciudad es una película más triste que ésta. Pero es cierto que mi impulso era escribir una comedia… y luego me perdí por el camino.

¿Tenés algún próximo proyecto?
Sí, una comedia (se ríe). Pero si nos vemos dentro de tres años puede que me digas: “¡Me engañaste! Me pasé dos horas llorando”. El punto de partida es el opuesto de mis dos últimas películas: es alguien que por fin lo dice todo. Tengo la sensación de que esa sinceridad puede producir una situación muy cómica. Me estoy obligando un poquito, porque como espectador me apetece mucho ver comedias, y en general no hay de las que me gustan. Es más fácil hacer drama que hacer reír: cojes un niño que muere, alguien que tiene una enfermedad, y cualquier persona mínimamente sensible se queda atrapada. ¿Pero hacer reír? ¿Hacer reír de verdad durante una hora y media? Todos lloramos por lo mismo, pero reímos por cosas diferentes. Y como siempre me manejo con el humor por debajo, y siento que lo sé hacer, pues me estoy animando. Quiero que el espectador salga pensando: “Me la he pasado muy bien viendo esta película”. Esa sensación yo no la tengo casi nunca.

Para un director, ¿buscar el próximo proyecto es de alguna manera buscarse uno mismo?
Sí, hay algo de eso. Al menos para este tipo de relación que estoy teniendo con el trabajo, se trata un poco de ver qué cajón uno necesita abrir: qué de uno mismo ahora necesita salir. Porque hay cajones que se van llenando, y uno tiene que ordenarlos. Yo lo veo un poco así, por un lado. Y por otro lado uno se pregunta qué clase de película va a hacer, si es el momento adecuado para hacerla. Yo me exijo tener una cierta conciencia de la industria y del público. No me gusta ese cine egoísta y personal que sólo se ve en los festivales, y que no interesa a nadie. Pienso que hay demasiadas películas que se hacen sin pensar en el espectador.

Diario Perfil | 6 de mayo de 2007

No hay comentarios: