jueves, 10 de mayo de 2007

Alejandro Landes

El príncipe mestizo

Brasileño de nacimiento, ecuatoriano por crianza, formado en Estados Unidos y latinoamericano por vocación, Alejandro Landes filmó Cocalero: un retrato íntimo de Evo Morales con algunos apuntes sobre el fenómeno boliviano.

Primero Sundance, después Miami, luego Mar del Plata, inmediatamente Guadalajara, a continuación Europa, de vuelta al BAFICI y el 19 de abril, por fin, una multitudinaria proyección cerca de Cochabamba con más de dos mil campesinos y la presencia del gran protagonista, que la aplaudió de pie. Antes de llegar a las salas argentinas este mes, Cocalero ha ido encontrando los públicos más diversos con respuestas sorpresivamente positivas, que Alejandro Landes se explica así: “Guste o no lo que representa Evo, su figura despierta mucha curiosidad. Y una vez en la sala creo que la gente que iba ya con un bagaje, fuera en contra o a favor, se encontró con algo tan humano, cercano e íntimo que los obligó a bajar la guardia. Y dejar que la historia se cuente. Evo finalmente no hablaba sólo de Evo sino de muchas cosas que están pasando alrededor, de sus propios países, fuera Cuba, Venezuela, Argentina, Perú…”.

Pusiste en foco al personaje por sobre el panorama social. ¿Qué evaluaste?
Lo que siempre me interesó fue contar una historia muy humana, muy íntima, desde las entrañas del movimiento, nunca aérea u omnipresente, dejando que las cosas positivas y negativas salieran así. No una mirada periodística de los dos, sino verdaderamente desde adentro. Creo que ésa era la manera de tocar un tema tan delicado y controversial: humanizarlo.

¿Faltarían otros elementos para entender el fenómeno de Evo?
Yo creo que en cuanto al fenómeno social de Evo y los cocaleros, la película intenta demostrar que aunque se trata sin duda de una corriente indigenista, ya que Evo termina con un apartheid de facto que vivía Bolivia, sin embargo no es casual que el presidente sea Evo y no un Felipe Quispe u otro líder que habla aymara o quéchua fluido, que se viste de poncho. ¿Por qué Evo, que se viste con jean y zapatillas y remeras del Real Madrid? Y es porque reivindica una realidad mestiza, cuya forma de hacer política es sindical, que es de por sí una manera mestiza, y cuyo detonante es la hoja de coca, porque aún a alguien de clase media o clase media alta urbana al que poco le importa la hoja de coca, le importa en cambio la soberanía nacional. Cuando Evo lucha por la hoja de coca está luchando a la vez por la soberanía nacional, y de ahí se va a luchar contra la privatización del agua, luego a favor de la nacionalización de los hidrocarburos, y de ahí a la presidencia de la república. Siempre subido más a una ola sindical-nacionalista que a una ola indígena. En la última escena de la película me parece que está eso: Evo después del triunfo no decide ni salir de poncho ni con saco y corbata, sino que apuesta al mestizaje. Lo cual, por otra parte, es el único futuro posible para Bolivia, que ni puede volver al Tahuantinsuyo por más que lo intente, ni convertirse en Croacia como pretenden algunos del país camba. Pero intentamos apuntar todo esto a un nivel casi anecdótico, a través de cosas chiquitas.

¿Cómo fue la relación con Evo?
El acceso era complicado, se negociaba cada día. Era parte del trabajo: ‘Oye, ¿puedo ir hoy?”, “¿puedo entrar a la reunión?”, y así. La agenda de Evo Morales es completamente incierta. Un día se iba a Brasil, otro día a Santa Cruz… y en el movimiento cocalero también todos estaban trabajando mucho. Incluso varias veces Leonilda [Zurita, líder sindical cocalera] termina cocinando durante la entrevista, y no es que nosotros quisiéramos filmarla cocinando: ¡era el único momento en que nos podía dar bola!

¿Evo no quiso saber de qué iba la película?
Estaba con tantas cosas en la cabeza que no tenía tiempo para sentarse a hablar de la película. Yo le di la propuesta, pero la manera en que nos abrió la puerta para filmar dice mucho sobre él. Aunque durante un tiempo nos la cerró… Después de tres semanas de darnos acceso íntimo, le dijo un día al director de fotografía, Jorge Manrique Behrens: “Ya no confío en ustedes, son agentes de la CIA…”. Yo tengo doble nacionalidad Brasil-Ecuador, y Jorge Venezuela-España. No sé si fue eso, o lo agarramos de malas, o se cansó de la cámara o qué. Pero se volvió frío, evasivo, no respondía a nuestros llamados. Entonces empezamos a pasar más tiempo con el movimiento cocalero, y en ese momento se descubre el corazón de la historia: la organización sindical. Mis escenas favoritas son las del seminario de votación [N. de R.: gran parte de la población indígena no había votado nunca]. Y después de unas dos semanas hinchando las bolas Evo nos volvió a dejar entrar. Lo que sí puedo decir es que no hubo ningún tipo de condicionamiento, y que cada corte que hay en la película, para bien o para mal, es responsabilidad nuestra.

¿Te interesaba lograr una mirada latinoamericana?
No me preocupaba. Lo lindo es conseguir una perspectiva local que pueda interesar también a un público que no seamos nosotros. Necesitábamos un balance entre la información llamativa para que un boliviano sinta o aprenda algo, o descubra algo que no sabía de su propia realidad, y la necesaria para que un argentino o un asiático o un europeo pudan hacerlo también. Por eso aprovechamos la oportunidad de mostrar la película en festivales. Es interesante que en Bolivia llame la atención, que acá que es cerca también llame la atención, y en Utah un miércoles a la noche con una sala llena de mormones, que no podría ser más lejos, también llame la atención. Creo que si logras atravesar el corazón de lo particular, hay algo universal allí dentro.

Haciendo Cine | Mayo 2007

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