jueves, 10 de mayo de 2007

Iosi Havilio

Las puertas de la percepción

Opendoor se recuesta ligeramente sobre el lado menos romántico de la locura. Si el modelo psiquiátrico de “puertas abiertas” intentaba contener a los locos permitiéndoles construir una rutina, la protagonista va en la dirección precisamente opuesta: su novia desaparece, pierde el trabajo, deja la ciudad; le insume cien páginas y muy poca angustia, porque los datos de la realidad parecen llegarle anestesiados, sin fuerza. En la segunda mitad va acostumbrándose a otra vida en una chacra de la localidad bonaerense de Open Door, así llamada por la “colonia psiquiátrica” cercana; sin obligaciones, en compañía de un hombre mayor, va enamorándose de una vecina adolescente y sacude con sexo y drogas la masa informe en que se le ha convertido el tiempo. “Locos y no locos confundiéndose en un mismo lugar, irreconocibles unos de otros, intercambiables, algo de eso está en la génesis de la novela”, explica Iosi Havilio de su primer libro. Antes, sin embargo, hizo incursiones en el teatro (Los comeclavos, co-dirigida con Marcelo Savignone) y en el cine: está en preproducción Corner, que dirigirá Luis Ziembrowski sobre un guión de ambos.
“Si las puertas de la percepción fueran abiertas, el hombre percibiría todas las cosas tal como son, infinitas”. Con esa cita de William Blake se abría Las puertas de la percepción, aquel ensayo en el que Aldous Huxley tomaba una dosis de mezcalina y lanzaba la hipótesis de que la supervivencia cotidiana nos impide ver el mundo tal como es. Pero en Opendoor el cuerpo sobre el que operan sexo y drogas no es ya el espacio místico de las fantasías psicodélicas, ilimitado y potente, sino el cuerpo restringido sobre el que intervenimos con café, ketamina o antidepresivos, sabiendo de sobra que al final del camino no habrá iluminación: “Lo revelador, como sucede con la protagonista de Opendoor, no está en lo que percibe sino más bien en esa capacidad ilimitada de percepción —propone Iosi—. Ver y sentir, cada vez un poco más, hasta el agotamiento”.

Opendoor (Entropía), 199 páginas.

Inrockuptibles | Mayo 2007

Alejandro Landes

El príncipe mestizo

Brasileño de nacimiento, ecuatoriano por crianza, formado en Estados Unidos y latinoamericano por vocación, Alejandro Landes filmó Cocalero: un retrato íntimo de Evo Morales con algunos apuntes sobre el fenómeno boliviano.

Primero Sundance, después Miami, luego Mar del Plata, inmediatamente Guadalajara, a continuación Europa, de vuelta al BAFICI y el 19 de abril, por fin, una multitudinaria proyección cerca de Cochabamba con más de dos mil campesinos y la presencia del gran protagonista, que la aplaudió de pie. Antes de llegar a las salas argentinas este mes, Cocalero ha ido encontrando los públicos más diversos con respuestas sorpresivamente positivas, que Alejandro Landes se explica así: “Guste o no lo que representa Evo, su figura despierta mucha curiosidad. Y una vez en la sala creo que la gente que iba ya con un bagaje, fuera en contra o a favor, se encontró con algo tan humano, cercano e íntimo que los obligó a bajar la guardia. Y dejar que la historia se cuente. Evo finalmente no hablaba sólo de Evo sino de muchas cosas que están pasando alrededor, de sus propios países, fuera Cuba, Venezuela, Argentina, Perú…”.

Pusiste en foco al personaje por sobre el panorama social. ¿Qué evaluaste?
Lo que siempre me interesó fue contar una historia muy humana, muy íntima, desde las entrañas del movimiento, nunca aérea u omnipresente, dejando que las cosas positivas y negativas salieran así. No una mirada periodística de los dos, sino verdaderamente desde adentro. Creo que ésa era la manera de tocar un tema tan delicado y controversial: humanizarlo.

¿Faltarían otros elementos para entender el fenómeno de Evo?
Yo creo que en cuanto al fenómeno social de Evo y los cocaleros, la película intenta demostrar que aunque se trata sin duda de una corriente indigenista, ya que Evo termina con un apartheid de facto que vivía Bolivia, sin embargo no es casual que el presidente sea Evo y no un Felipe Quispe u otro líder que habla aymara o quéchua fluido, que se viste de poncho. ¿Por qué Evo, que se viste con jean y zapatillas y remeras del Real Madrid? Y es porque reivindica una realidad mestiza, cuya forma de hacer política es sindical, que es de por sí una manera mestiza, y cuyo detonante es la hoja de coca, porque aún a alguien de clase media o clase media alta urbana al que poco le importa la hoja de coca, le importa en cambio la soberanía nacional. Cuando Evo lucha por la hoja de coca está luchando a la vez por la soberanía nacional, y de ahí se va a luchar contra la privatización del agua, luego a favor de la nacionalización de los hidrocarburos, y de ahí a la presidencia de la república. Siempre subido más a una ola sindical-nacionalista que a una ola indígena. En la última escena de la película me parece que está eso: Evo después del triunfo no decide ni salir de poncho ni con saco y corbata, sino que apuesta al mestizaje. Lo cual, por otra parte, es el único futuro posible para Bolivia, que ni puede volver al Tahuantinsuyo por más que lo intente, ni convertirse en Croacia como pretenden algunos del país camba. Pero intentamos apuntar todo esto a un nivel casi anecdótico, a través de cosas chiquitas.

¿Cómo fue la relación con Evo?
El acceso era complicado, se negociaba cada día. Era parte del trabajo: ‘Oye, ¿puedo ir hoy?”, “¿puedo entrar a la reunión?”, y así. La agenda de Evo Morales es completamente incierta. Un día se iba a Brasil, otro día a Santa Cruz… y en el movimiento cocalero también todos estaban trabajando mucho. Incluso varias veces Leonilda [Zurita, líder sindical cocalera] termina cocinando durante la entrevista, y no es que nosotros quisiéramos filmarla cocinando: ¡era el único momento en que nos podía dar bola!

¿Evo no quiso saber de qué iba la película?
Estaba con tantas cosas en la cabeza que no tenía tiempo para sentarse a hablar de la película. Yo le di la propuesta, pero la manera en que nos abrió la puerta para filmar dice mucho sobre él. Aunque durante un tiempo nos la cerró… Después de tres semanas de darnos acceso íntimo, le dijo un día al director de fotografía, Jorge Manrique Behrens: “Ya no confío en ustedes, son agentes de la CIA…”. Yo tengo doble nacionalidad Brasil-Ecuador, y Jorge Venezuela-España. No sé si fue eso, o lo agarramos de malas, o se cansó de la cámara o qué. Pero se volvió frío, evasivo, no respondía a nuestros llamados. Entonces empezamos a pasar más tiempo con el movimiento cocalero, y en ese momento se descubre el corazón de la historia: la organización sindical. Mis escenas favoritas son las del seminario de votación [N. de R.: gran parte de la población indígena no había votado nunca]. Y después de unas dos semanas hinchando las bolas Evo nos volvió a dejar entrar. Lo que sí puedo decir es que no hubo ningún tipo de condicionamiento, y que cada corte que hay en la película, para bien o para mal, es responsabilidad nuestra.

¿Te interesaba lograr una mirada latinoamericana?
No me preocupaba. Lo lindo es conseguir una perspectiva local que pueda interesar también a un público que no seamos nosotros. Necesitábamos un balance entre la información llamativa para que un boliviano sinta o aprenda algo, o descubra algo que no sabía de su propia realidad, y la necesaria para que un argentino o un asiático o un europeo pudan hacerlo también. Por eso aprovechamos la oportunidad de mostrar la película en festivales. Es interesante que en Bolivia llame la atención, que acá que es cerca también llame la atención, y en Utah un miércoles a la noche con una sala llena de mormones, que no podría ser más lejos, también llame la atención. Creo que si logras atravesar el corazón de lo particular, hay algo universal allí dentro.

Haciendo Cine | Mayo 2007

BAFICI 2007

El epicentro de la discusión

Acontecimiento central del año cinematográfico argentino, el BAFICI volvió a motorizar discusiones estéticas, políticas, tecnológicas y culturales. HC recupera algunas en estas reflexiones.

Estreno postergado
Dos en Apertura y Cierre, tres en Competencia Internacional, diez en Competencia Argentina + tres fuera de competencia, otra en Cine del futuro, cinco más en Noches Especiales, otras doce repartidas en variadas secciones. En total, treinta y seis nuevas películas argentinas apretadas en doce días de festival. Y junto con la felicidad de que haya tanto para ver —como pasó igualmente con la cantidad casi delirante, 468 películas, que constituyó el programa completo—, la sensación inquietante de que el esfuerzo por engrosar la muestra hasta el absurdo deriva de una angustia compartida entre programadores y público: no hay otro espacio en Argentina para ver este material. Metámoslo como sea.

Digital y futuro
Fue comentario obligado durante el festival la notable calidad del proyector digital que permitió, en la sala 9 del Hoyts Abasto, ver películas terminadas en HD. Para estos casos hasta ahora o se ampliaban generalmente a 35 mm —un proceso carísimo— o se las proyectaba con un cañón en DVD, con resultados bastante pobres. Casi tan obligado fue deplorar la muy mala ampliación de Estrellas, el inteligentísimo documental de Federico León y Marcos Martínez que durante algunos minutos hizo pensar que Bill Nieto había olvidad cómo hacer foco.
El problema de la proyección de cine independiente, central para el ansiado circuito alternativo que hoy parece la única posibilidad de ver en salas películas decentes, tiene muchas aristas que no podremos enumerar aquí. Aunque estos nuevos proyectores todavía son caros (unos 120.000 dólares, según dicen), el panorama a futuro cercano es esperanzador. Pero mirando un poco más allá, habría que preguntarse si la digitalización del cine y el notable avance de la transferencia de video online no están ya anunciando el fin de una era, que en algunos países ya aparece como crisis a partir de la difusión del DVD. ¿Se volverá el cine, el gran arte de masas del siglo XX, definitivamente privado y hogareño?

El camino del INCAA
La imagen, sobre todo la de los candidatos, es todo. Y si bien hay que decir que la campaña más baja y tilinga en mucho tiempo tuvo momentos muy divertidos —que es más de lo que suele haber—, el BAFICI quedó en el medio de la elección municipal. Ocurre que tradicionalmente había sido co-financiado entre el INCAA (ligado al gobierno nacional) y el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad, que nunca en estas nueve ediciones habían estado tan en pugna. Entre la presentación del festival a fines de marzo y la apertura el 3 de abril hubo comunicados contradictorios y opuestos, que terminaron cuando el Instituto se comprometió por fin a enviar algún día los $ 350.000 que le corresponden, cifra que según Fernando Peña no difiere de la edición anterior, como había afirmado el INCAA en un primer momento. El dinero que faltaba lo aportó la “gestión Telerman”, evidentemente preocupada de que no se caiga lo poco bueno que hay (cuando la limosna es grande…). No seremos tan idealistas de reclamar unas instituciones completamente al margen de las disputas partidarias. Ni siquiera pedimos —y no es tanto— que las diversas gestiones no se jacten de actividades cuyo mérito no les corresponde. ¿Pero será posible que al menos no pongan en riesgo su realización? ¿Es posible que el Instituto de Cine dude si financia el festival donde se proyecta a sala llena lo mejor del cine argentino?

Raros documentales nuevos
Dos de nuestros directores con menos vocación “representativa” presentaron sus primeros documentales; la paradoja se acaba al verlas.
Tanto Estrellas como Copacabana hacen un uso deliberadamente tramposo de los códigos y el pacto de lectura del género. La de Federico León y Marcos Martínez —que se llevó varios premios— porque mezcla realidad y ficción hasta borrar el límite, pero en la incredulidad y el absurdo resultante cobra sentido el humor de Julio Arrieta, el representante de actores de la Villa 21, y la agudeza casi cínica de su mirada sobre los pobres.
Con Copacabana pasa otra cosa. Verdadero lugarteniente de la intransigencia estética, otra vez pareciera que Rejtman se define por lo que se niega a hacer. Su nueva película, que registra ciertos momentos de la comunidad boliviana en Argentina, conspira contra la estructura narrativa mínima: si las dos partes que la componen llevaran el orden contrario —Retjman lo sabe—, habría un sentido claro y legible que invitaría a la conmiseración; él los invierte. Así de sencillo y drástico y un poco perturbador.
Pero lo interesante, en ambas, es que los artificios formales aparecen para evitar que sólo veamos carencia y nos sea fácil trastocar nuestro pequeñoburgués culpable en un buen ciudadano compasivo. Y otra cosa: la contracara de la indignación moral frente a la pobreza, típicamente periodística, es una sorpresa absurda —e inverosímil—, como si estuviéramos frente a algo nuevo. Que no haya “urgencia” en estas películas es un signo inquietante pero significativo.

Marcado en el cerebro
Como evento y no como cine fue vivida la proyección de Brand upon the brain! del canadiense Guy Maddin en el Teatro Coliseo, porque fue irrepetible. La música en vivo la ejecutó el ensamble del Colón bajo la dirección de Jason Staczek, compositor de la partitura original. A un costado del escenario tres tipos en delantal, gente sin duda enferma de la cabeza, producía en vivo los efectos de sonido: pasos, lluvia, una cuchilada, lo que fuera; la cosa más arcaica, absurda, hipnótica y fascinante. Geraldine Chaplin, que ya emociona de pensarla hija de su padre, estuvo además elegantísima y simpática haciendo la “narración”; hasta el español raro que tiene le jugaba a favor. A su lado había un grandote con cara de tonto, algo tosco, que en cierto momento se acercó al micrófono: movió los labios y una inconcebible y bellísima voz lírica femenina conmovió el teatro. Verdaderamente se hubiera necesitado no menos que Sucedió en el internado (Emilio Vieyra, 1985) para el evento fallara, y además Brand upon the brain! resultó una extraña, delirante, simbólica y bastante freudiana figuración de una infancia de artista.

Letra y música
Otra pregunta obligada: ¿por qué Harrods sigue inútil y cerrado hace varios lustros? Difícilmente sea para conservarnos intacto ese hito de la infancia. En todo caso, fuera del componente nostálgico, pareció feliz en general la idea de tener un lugar de encuentro nocturno y con programación musical diaria. Que quedara lejos del Abasto fue menos un incordio que una tendencia: también este año hubo programación en el Atlas General Paz; ya no se oirán quejas de que el Malba queda “fuera de circuito”. No sería raro —y sería bueno— que en próximas ediciones aparecieran otras salas alejadas del centro, ampliando y sobre todo diversificando el público. ¿Y a qué se debe la inclinación a incluir música como parte bastante jerarquizada de la programación, como ocurrió también en el último Mar del Plata, y además bandas de un perfil indie muy claro? Tal vez —es una hipótesis— a que percibimos estos festivales cada vez menos como eventos específicamente cinematográficos, y cada vez más como espacios donde se juega algo de la política cultural, de las formas de relacionarse con esa mercancía que es también el arte, de la manera en que nos vinculamos entre nosotros cuando consumimos cultura.

Haciendo Cine | Mayo 2007

domingo, 6 de mayo de 2007

Cesc Gay

“La ficción es la gran droga”

El director catalán ganó con Ficción, que se estrena el jueves, el premio mayor en el último Festival de Mar del Plata. En tono de drama ligero, cuenta la historia de un director de cine casado y con hijos, un poco agobiado por las responsabilidades, que conoce a otra mujer. Aquí reflexiona sobre la actualidad del matrimonio, insiste en la importancia de los amores que elegimos no vivir, y explica por qué nos gusta tanto que nos cuenten historias.

En Ficción hay un director de cine tratando de escribir a partir de su angustia. ¿Vos también trabajás así?
Yo diría que mis primeras películas son menos cercanas a mí, pero por la situación en que se generaron. Hotel Room se hizo en Nueva York con muy poco dinero, intentando encontrar una historia común con Daniel [Gimelberg, que la co-dirigió]. Y Krámpack me vino de una obra de teatro que me propuso una productora para llevar al cine. En cambio tanto En la ciudad como Ficción nacen más de mí. Pero no va a ser una pauta: no sé la próxima de dónde va a salir y a dónde va a llegar.

¿Y en estas aparecen cosas autobiográficas, o simplemente un fondo de inquietud que vos compartís?
Es una mezcla. Las dos trabajan sobre la contención emocional de los personajes, o su incapacidad de comprender lo que sienten. Es el reflejo de cierta clase medio burguesa, medio formal, donde hay pudor… algo muy catalán. Me gustaba husmear en la parte de atrás de los personajes, y tratar de entender por qué hacemos eso, que al final va en contra de nuestra felicidad… En la ciudad era más triste. Y Ficción me da la impresión de que es una película más adulta, donde los personajes son más concientes de por qué no hacen lo que no hacen. Yo creo que es una película sobre una renuncia, con el orgullo que implica cualquier sacrificio. Es una apuesta por la fidelidad, y a mí me parece que está bien. Un amigo mío me decía que me iban a llover premios de asociaciones católicas, como una apología de la familia. Y curiosamente me encontré en España apoyado por la prensa más conservadora. A mí me da igual, ni me alegra ni me ofende. Me daría lo mismo que me apoyaran los rusos o cualquiera.

¿Cuál es el conflicto en Ficción?
Yo creo que es la estereotipada crisis de los 40. Yo tengo esa edad, acabo de cumplir 40, y me doy cuenta entre mis amigos de que los conflictos pasan por la relación entre lo que querías ser y lo que eres, a lo que te dedicas, lo que conseguiste. Alguien me decía que cuanto mayor te haces, menos te miras en el espejo. Hay algo que metafóricamente me gusta de esa imagen.

¿La aparición de formas nuevas de familia y paternidad tendrá que ver con que vivís en una ciudad moderna y cosmopolita como Barcelona?
Sería absurdo negar que Barcelona es una ciudad muy abierta, que siempre ha tenido un espíritu atrevido. En lo empresarial, lo político, lo económico o también en lo cultural. Pero por otro lado no deja de tener algo muy latino, muy mediterráneo, muy italiano; es decir que al final el que manda sigue siendo el abuelo y punto. Hay una cosa muy tradicional. Y a mí me gusta ese equilibrio, porque permite balancear las cosas. Además en los últimos veinte años ha habido una Barcelona que se ha abierto al mundo. Yo soy conciente de que eso afecta nuestras películas. Por ejemplo: que dos amigos, y en este caso con una mujer homosexual, quieran tener un hijo, para mí supone algo muy normal. Por eso en la película aparece sin ninguna importancia: otra persona hubiera hecho de eso un tema polémico. Lo cual no quiere decir que en mi propia ciudad no haya gente que le parezca mal. Pero relacionarme de esa manera con ciertos temas me permite tirarlos ahí desde lo cotidiano.

Pero a la vez eso está confrontado con el modelo de familia tradicional que elije el protagonista.
Sí, el que ya conocemos, ¿no? Pero la peli le da la misma validez a todas esas maneras. Intento engañar un poco, porque sé que alguien de otra generación puede verla y al terminar quedarse pensando: “¿pero esos dos no eran amigos? ¿y ella no era lesbiana? ¿qué me están contando?”. Si se lo cuentas desde ese lugar cotidiano, la mujer sale pensando: “ah, qué bien, ¿por qué no?”. Me gusta engañar un poco al espectador.

¿No trabajás todos los conflictos de esa misma manera, nunca poniéndolo en el centro del relato?
Sí, exacto. Es que a menudo encuentro que el cine es como los coches teledirigidos que tiene mi hijo: cada plano y cada frase están por algo, todo te lleva directamente hacia un lugar. En cambio desde joven me fui empapando de una tradición europea que te “lleva” menos, como la Nouvelle Vague. Yo provoco que el espectador esté un poco perdido. Sé que si paro la proyección a los veinte minutos, abro luces y pregunto de qué va la película y cómo va a terminar, nadie va a tener ni idea. Y eso a mí me gusta, aunque soy conciente de que es un riesgo y es menos comercial. En mis películas nada se cierra, no se ha contado un cuento, no hay una moral detrás. Me gusta un cine que tú persigues, donde eres un observador.

¿Es también una impresión sobre cómo funciona la realidad?
Claro. La realidad es brutal: nada se cierra ni se abre. Si haces un cine más de personas, es necesaria siempre un poco de confusión general…

En una situación como la que plantea Ficción, hace cincuenta años el mandato social hubiera sido quedarse con su mujer. La película marca que el mandato actual es el opuesto: no te reprimas, seguí tu deseo.
Claro, totalmente. Además yo jamás quise hacer Los puentes de Madison: aquí no hay una lección. Para nada. Es más terrible que eso: por el hecho de vivir con quien vivo y de asumirlo, renuncio a volver a enamorarme, a vivir esta historia posible. Y eso va en contra de lo que hoy parece normal.

También parecería como si uno no pudiera asumir lo que eligió hasta que se hace cargo de lo que está resignando…
Este es un conflicto de nuestras generaciones, que mis padres no tuvieron, porque para ellos casarse y salir de sus familias era ganar la libertad, iniciar la vida. A nosotros nos pasa al revés: cuando nos damos cuenta de que nos hemos juntado con alguien en serio, la sensación es que estamos renunciando a nuestra libertad, perdiendo nuestra propia vida. En el fondo la película trabaja sobre ese cambio que ha habido de una generación a otra.

¿Hay una relación entre la ficción y las historias “no vividas” propias?
Sí, si lo pensamos como la película que te haces de lo que pudo haber sido. Pero yo prefiero tomármelo más en serio, en el sentido de que eso lo estabas viviendo como persona, sentías algo tú cuando esa chica pasaba cada vez delante de tu pupitre. Y eso no tiene nada que ver con la ficción. Quise escribir esta historia porque me di cuenta de que esos momentos, donde parecían abrirse otras historias que al final no ocurrían, eran tan poderosos, o más, que las historias efectivamente vividas. Esto se plasma en la película en la escena en la que el personaje de Eduard Fernández entra con su mujer a visitar a su amiga Judith [Carmen Pla] y se encuentra con la otra [Montse Germán]. Eduard me decía: “¡Pero es muy patético! ¡Estoy muy nervioso y no he hecho nada!”. Bueno, de eso estamos hablando: no es verdad que no hayas hecho nada. Ayer estabais en un bar, ella llevaba el pelo mojado, tú sentías lo que sentías. ¿Cómo que no pasó nada? No hace falta estar follando en un hotel para sentir que pasó algo. Y Eduard: “Claro, claro, por eso estoy tan nervioso”. Me gusta porque por encima de toda esa situación hay una comicidad evidente, aunque a uno tal vez le cueste reírse por la tensión.

¿Qué lugar tiene la ficción en nuestra vida?
Yo creo que es la gran droga, lo que alimenta a la gente y la relaja. La gente se enchufa a la televisión y ve los realities, se pone a ver a quién expulsan de la casa, etcétera. Es decir: mentiras. Pero hechas ya desde la verdad, porque en estos programas, por ejemplo, hay realmente unas personas encerradas. ¿Y eso qué es? ¿un montaje? ¡Es espectáculo! Es ficción. Y está muy bien. Ya desde que éramos hombres sentados alrededor de un fuego en una cueva, alguien contaba algo. La capacidad de fabular y de explicarnos las cosas a través de la ficción es posiblemente lo que más nos diferencia de un animal. La gente vive de eso: desde las revistas del corazón hasta las películas. En la ficción te proyectas en lo que no eres, te relajas, etcétera.

Dijiste que te habías propuesto hacer una película más alegre, y que sin embargo te salió triste. ¿Por qué pensás que te pasa eso?
No sé. De todas maneras creo que En la ciudad es una película más triste que ésta. Pero es cierto que mi impulso era escribir una comedia… y luego me perdí por el camino.

¿Tenés algún próximo proyecto?
Sí, una comedia (se ríe). Pero si nos vemos dentro de tres años puede que me digas: “¡Me engañaste! Me pasé dos horas llorando”. El punto de partida es el opuesto de mis dos últimas películas: es alguien que por fin lo dice todo. Tengo la sensación de que esa sinceridad puede producir una situación muy cómica. Me estoy obligando un poquito, porque como espectador me apetece mucho ver comedias, y en general no hay de las que me gustan. Es más fácil hacer drama que hacer reír: cojes un niño que muere, alguien que tiene una enfermedad, y cualquier persona mínimamente sensible se queda atrapada. ¿Pero hacer reír? ¿Hacer reír de verdad durante una hora y media? Todos lloramos por lo mismo, pero reímos por cosas diferentes. Y como siempre me manejo con el humor por debajo, y siento que lo sé hacer, pues me estoy animando. Quiero que el espectador salga pensando: “Me la he pasado muy bien viendo esta película”. Esa sensación yo no la tengo casi nunca.

Para un director, ¿buscar el próximo proyecto es de alguna manera buscarse uno mismo?
Sí, hay algo de eso. Al menos para este tipo de relación que estoy teniendo con el trabajo, se trata un poco de ver qué cajón uno necesita abrir: qué de uno mismo ahora necesita salir. Porque hay cajones que se van llenando, y uno tiene que ordenarlos. Yo lo veo un poco así, por un lado. Y por otro lado uno se pregunta qué clase de película va a hacer, si es el momento adecuado para hacerla. Yo me exijo tener una cierta conciencia de la industria y del público. No me gusta ese cine egoísta y personal que sólo se ve en los festivales, y que no interesa a nadie. Pienso que hay demasiadas películas que se hacen sin pensar en el espectador.

Diario Perfil | 6 de mayo de 2007