martes, 10 de abril de 2007

Esteban Sapir

Cine vintage

No extraña que Sapir haya decidido homenajear el cine expresionista alemán de los años ’20, representante de un tiempo en que el cine se sentía incapaz de emular la realidad, su lenguaje no había sufrido la “naturalización” del período clásico y todavía relato y composición visual se disputaban la primacía. Si Picado fino resultó renovadora a mitad de los ’90 tal fuera sobre todo porque su artificialidad era una elección, y no el código obsoleto con el que las películas argentinas creían presentar la vida cotidiana.
En los años siguientes, cuando a Sapir parecían disputárselo como director de fotografía, su estilo era uno de las más fácilmente reconocibles. Véanse al hilo estas tres óperas prima: Un crisantemo estalla en Cincoesquinas (Daniel Burman, 1997), Cohen vs. Rossi (Daniel Barone, 1998) y Tesoro mío (Sergio Bellotti, 1999). Piénsese también que del corto Rey muerto a La ciénaga Lucrecia Martel cambió la luz de Sapir por la de Hugo Colace: la diferencia estética entre uno y otra puede resumirse en la de sus fotógrafos. Sapir vuelve lejano, impenetrable y “bello” todo lo que toca: tal vez por eso lleva un lustro largo trabajando en publicidad.
En La antena filma en blanco y negro una película casi muda; utiliza música constante con piano enfático, actuaciones extensas y exageradas, e introduce —reemplazando los diálogos— textos sobreimpresos mezclados con la acción (que en rigor recuerdan menos a las placas del mudo que a la sobrecarga de información de MTV). Proliferan aparatos antiguos, como los que se encuentran revolviendo en San Telmo para decoración. A diferencia de las distopías del XX, que exageraban el estado actual de la técnica para hacer presentes sus temibles consecuencias, el espíritu vintage de La antena va nuevamente hacia atrás, recuperando la fantasía de un reinado hipnótico de la televisión. Temor evidentemente caduco —véase la total ausencia de tecnología en Niños del hombre—, tiene tan poca relevancia que a menudo la trama parece un escollo para el despliegue de buen gusto que es la película. Lo que hacen ahí en el fondo los personajes es una pantomima sin drama, igual que en Picado fino, aunque aquí aparezca revestida con una pátina de clasicismo.

¿Pero cómo pensar el trabajo propiamente visual, tan acabado, que es sin duda el interés único de Sapir? Cuando busca inspiración en el pasado, La antena opera como la moda: recupera vaciando (así puede haber sin contrasentido una “moda punk”). Esta película es un objeto, construido a través de la minuciosa selección de elementos más o menos variados y fusionados con elegancia; pero es una elegancia de diseñador, de la misma manera que la idea de lo estético que tiene Sapir pertenece menos al arte que a ese “salto de tigre de la clase dominante” (como definió Walter Benjamín a la moda). La antena se disfruta como un objeto de consumo.

DIRECTOR. Esteban Sapir
CAST.
Alejandro Urdapilleta, Rafael Ferro, Julieta Cardinali, Valeria Bertuccelli

Haciendo Cine | Abril 2007

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