jueves, 10 de mayo de 2007

BAFICI 2007

El epicentro de la discusión

Acontecimiento central del año cinematográfico argentino, el BAFICI volvió a motorizar discusiones estéticas, políticas, tecnológicas y culturales. HC recupera algunas en estas reflexiones.

Estreno postergado
Dos en Apertura y Cierre, tres en Competencia Internacional, diez en Competencia Argentina + tres fuera de competencia, otra en Cine del futuro, cinco más en Noches Especiales, otras doce repartidas en variadas secciones. En total, treinta y seis nuevas películas argentinas apretadas en doce días de festival. Y junto con la felicidad de que haya tanto para ver —como pasó igualmente con la cantidad casi delirante, 468 películas, que constituyó el programa completo—, la sensación inquietante de que el esfuerzo por engrosar la muestra hasta el absurdo deriva de una angustia compartida entre programadores y público: no hay otro espacio en Argentina para ver este material. Metámoslo como sea.

Digital y futuro
Fue comentario obligado durante el festival la notable calidad del proyector digital que permitió, en la sala 9 del Hoyts Abasto, ver películas terminadas en HD. Para estos casos hasta ahora o se ampliaban generalmente a 35 mm —un proceso carísimo— o se las proyectaba con un cañón en DVD, con resultados bastante pobres. Casi tan obligado fue deplorar la muy mala ampliación de Estrellas, el inteligentísimo documental de Federico León y Marcos Martínez que durante algunos minutos hizo pensar que Bill Nieto había olvidad cómo hacer foco.
El problema de la proyección de cine independiente, central para el ansiado circuito alternativo que hoy parece la única posibilidad de ver en salas películas decentes, tiene muchas aristas que no podremos enumerar aquí. Aunque estos nuevos proyectores todavía son caros (unos 120.000 dólares, según dicen), el panorama a futuro cercano es esperanzador. Pero mirando un poco más allá, habría que preguntarse si la digitalización del cine y el notable avance de la transferencia de video online no están ya anunciando el fin de una era, que en algunos países ya aparece como crisis a partir de la difusión del DVD. ¿Se volverá el cine, el gran arte de masas del siglo XX, definitivamente privado y hogareño?

El camino del INCAA
La imagen, sobre todo la de los candidatos, es todo. Y si bien hay que decir que la campaña más baja y tilinga en mucho tiempo tuvo momentos muy divertidos —que es más de lo que suele haber—, el BAFICI quedó en el medio de la elección municipal. Ocurre que tradicionalmente había sido co-financiado entre el INCAA (ligado al gobierno nacional) y el Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad, que nunca en estas nueve ediciones habían estado tan en pugna. Entre la presentación del festival a fines de marzo y la apertura el 3 de abril hubo comunicados contradictorios y opuestos, que terminaron cuando el Instituto se comprometió por fin a enviar algún día los $ 350.000 que le corresponden, cifra que según Fernando Peña no difiere de la edición anterior, como había afirmado el INCAA en un primer momento. El dinero que faltaba lo aportó la “gestión Telerman”, evidentemente preocupada de que no se caiga lo poco bueno que hay (cuando la limosna es grande…). No seremos tan idealistas de reclamar unas instituciones completamente al margen de las disputas partidarias. Ni siquiera pedimos —y no es tanto— que las diversas gestiones no se jacten de actividades cuyo mérito no les corresponde. ¿Pero será posible que al menos no pongan en riesgo su realización? ¿Es posible que el Instituto de Cine dude si financia el festival donde se proyecta a sala llena lo mejor del cine argentino?

Raros documentales nuevos
Dos de nuestros directores con menos vocación “representativa” presentaron sus primeros documentales; la paradoja se acaba al verlas.
Tanto Estrellas como Copacabana hacen un uso deliberadamente tramposo de los códigos y el pacto de lectura del género. La de Federico León y Marcos Martínez —que se llevó varios premios— porque mezcla realidad y ficción hasta borrar el límite, pero en la incredulidad y el absurdo resultante cobra sentido el humor de Julio Arrieta, el representante de actores de la Villa 21, y la agudeza casi cínica de su mirada sobre los pobres.
Con Copacabana pasa otra cosa. Verdadero lugarteniente de la intransigencia estética, otra vez pareciera que Rejtman se define por lo que se niega a hacer. Su nueva película, que registra ciertos momentos de la comunidad boliviana en Argentina, conspira contra la estructura narrativa mínima: si las dos partes que la componen llevaran el orden contrario —Retjman lo sabe—, habría un sentido claro y legible que invitaría a la conmiseración; él los invierte. Así de sencillo y drástico y un poco perturbador.
Pero lo interesante, en ambas, es que los artificios formales aparecen para evitar que sólo veamos carencia y nos sea fácil trastocar nuestro pequeñoburgués culpable en un buen ciudadano compasivo. Y otra cosa: la contracara de la indignación moral frente a la pobreza, típicamente periodística, es una sorpresa absurda —e inverosímil—, como si estuviéramos frente a algo nuevo. Que no haya “urgencia” en estas películas es un signo inquietante pero significativo.

Marcado en el cerebro
Como evento y no como cine fue vivida la proyección de Brand upon the brain! del canadiense Guy Maddin en el Teatro Coliseo, porque fue irrepetible. La música en vivo la ejecutó el ensamble del Colón bajo la dirección de Jason Staczek, compositor de la partitura original. A un costado del escenario tres tipos en delantal, gente sin duda enferma de la cabeza, producía en vivo los efectos de sonido: pasos, lluvia, una cuchilada, lo que fuera; la cosa más arcaica, absurda, hipnótica y fascinante. Geraldine Chaplin, que ya emociona de pensarla hija de su padre, estuvo además elegantísima y simpática haciendo la “narración”; hasta el español raro que tiene le jugaba a favor. A su lado había un grandote con cara de tonto, algo tosco, que en cierto momento se acercó al micrófono: movió los labios y una inconcebible y bellísima voz lírica femenina conmovió el teatro. Verdaderamente se hubiera necesitado no menos que Sucedió en el internado (Emilio Vieyra, 1985) para el evento fallara, y además Brand upon the brain! resultó una extraña, delirante, simbólica y bastante freudiana figuración de una infancia de artista.

Letra y música
Otra pregunta obligada: ¿por qué Harrods sigue inútil y cerrado hace varios lustros? Difícilmente sea para conservarnos intacto ese hito de la infancia. En todo caso, fuera del componente nostálgico, pareció feliz en general la idea de tener un lugar de encuentro nocturno y con programación musical diaria. Que quedara lejos del Abasto fue menos un incordio que una tendencia: también este año hubo programación en el Atlas General Paz; ya no se oirán quejas de que el Malba queda “fuera de circuito”. No sería raro —y sería bueno— que en próximas ediciones aparecieran otras salas alejadas del centro, ampliando y sobre todo diversificando el público. ¿Y a qué se debe la inclinación a incluir música como parte bastante jerarquizada de la programación, como ocurrió también en el último Mar del Plata, y además bandas de un perfil indie muy claro? Tal vez —es una hipótesis— a que percibimos estos festivales cada vez menos como eventos específicamente cinematográficos, y cada vez más como espacios donde se juega algo de la política cultural, de las formas de relacionarse con esa mercancía que es también el arte, de la manera en que nos vinculamos entre nosotros cuando consumimos cultura.

Haciendo Cine | Mayo 2007

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