domingo, 5 de noviembre de 2006

Laurent Cantet

La realidad es más fuerte

Después de Recursos humanos y El empleo del tiempo, verdaderos microscopios sobre la actualidad del trabajo y la institución familiar, Laurent Cantet propone en Bienvenidas al paraíso otro capítulo de su obsesión de siempre: la constitución del deseo en una sociedad repleta de mandatos.

En los años ’80, Haití era todavía un centro turístico privilegiado en resorts cuidadosamente aislados del caos social y político, que estallaría luego borrándolos. Albores del turismo sexual, para el que todavía no hay nombre: Ellen (Charlotte Rampling) y Brenda (Karen Young), sajonas maduras y solas, establecen con Legba, un joven haitiano, una relación difícil de definir. Él les permite escapar de su temor a la vejez, recuperar el placer y el cuerpo; ellas lo salvan del hambre, de la opresión de Puerto Príncipe. En manos de Laurent Cantet, la intimidad de ese trío amoroso alcanza para abarcar millones de violencias de todo tamaño, y la complejidad de un mundo sin lugar cómodo para nadie.

Cada una de tus películas investiga un aspecto diferente de la realidad…
Sí, me interesa mirar el mundo como es y tratar de entender qué está pasando. Frente a una realidad tan compleja, yo me siento incapaz de dar ninguna clave… a lo sumo puedo proponer preguntas. Como espectador, me gustan las películas que no me agarran de la mano y me dicen lo que tengo que entender, sino justamente las que me ayudan a formular algunas preguntas sobre mi propia vida, la sociedad, la política… Esa es la única intención que tengo cuando hago una película.

¿Escribir y filmar es para vos una manera de investigar?
Sí, especialmente trabajando como he venido trabajando hasta ahora: con actores no profesionales, que están obligados a participar del film desde el comienzo. Trabajo con ellos, les pregunto qué piensan de cada escena o les pido que improvisen sobre el tema general de la escena, por ejemplo. Y después intento incorporar lo que ellos tienen para decir sobre su propia realidad, porque me parece que eso es siempre más interesante que lo que yo pudiera escribir solo en mi pieza con mi computadora.

¿Cómo surgió la idea? ¿Primero fuiste a Puerto Príncipe o leíste la novela en que se basa?
Mis padres trabajan en una ONG y han estado en Haití muchas veces. Durante la gira promocional de El empleo del tiempo, en 2002, pasé cerca, así que tomé un avión y fui a visitarlos, sin la menor idea de que haría una película. Fue un verdadero shock. Por primera vez me sentí un completo extranjero: probablemente era el único turista en el lugar. Todos los extranjeros de Puerto Príncipe pertenecen a embajadas u organizaciones. Ya no hay turismo ni hoteles, ni tampoco esas playas paradisíacas. Es muy extraño: hace veinte años era el destino preferido del jet set mundial.

¿Y pensaste en hacerla antes de leer las novelas?
Sí. Quería hacer una película sobre mi propio estatus de extranjero y turista en ese país. De casualidad compré el libro de Dany Laferrière y lo fui leyendo en el vuelo de vuelta a París. Me di cuenta de que esa historia estaba conectada con la mía, y que le daría otra dimensión a mi idea original.

Pero a la vez parece que hubieras evitado hacer la típica película de europeo horrorizado por la pobreza en el tercer mundo…
Hubiera sido facilísimo hacer eso. Es muy fácil denunciar lo que pasa en el mundo actualmente. Pero lo que siempre trato de mostrar cuando escribo un film es que la realidad es más compleja, y que es muy difícil separar lo bueno de lo malo. Y como siempre trato de hablar de una cuestión tan grande a partir de historias muy emotivas y personales, en la intervención de este punto de vista íntimo aparece la complejidad de las cosas. Soy incapaz de responder las preguntas que mis films proponen.

¿Nunca pensaste en hacer un documental? Sobre Haití, por ejemplo.
Creo que prefiero hacer ficción muy conectada con la realidad. La misma problemática llega a mucha más gente a través de una ficción. Yo trato de ser tan emocional como puedo… no le tengo miedo al lado melodramático de mis películas. Cuando terminé Recursos humanos hice muchos screenings: al encenderse la luz alguna gente estaba llorando y les tomaba un rato poder decir algo. Y cuando lo hacían, hablaban sobre todo de sus propias vidas, y las comparaban con lo que habían visto. Creo que eso no pasaría con un documental. Yo prefiero tener esta manera de trabajo documentalista antes de rodar, e incluso durante el rodaje, pero en ese contexto construir la historia.

Legba es el primero de tus personajes que enfrenta un mundo trágico de una manera trágica. Tanto Franck (Recursos humanos) como Vincent (El empleo del tiempo) terminaban haciendo concesiones…
Sí, enfrenta su destino. Pero me parece que es lo mismo con Vincent… Lo que siempre trato de mostrar es esto: ok, tu identidad está construida sobre el deseo de los otros, o lo que la sociedad te permite. Si no te reconocés en esa imagen que se construye para vos, te encontrás en una posición esquizofrénica. Así que tenés dos opciones: o jugás ese papel que te ofrecen y te olvidás de quién sos realmente, o te inventás un mundo a tu gusto por el lado de la utopía. Es lo que hacía Vincent y es lo que hace acá Ellen (Charlotte Rampling).

En Recursos humanos aparece, aunque sin mucha esperanza, una utopía colectiva: la lucha sindical. En las otras dos la utopía es individual, ¿no?
Cuando hice screenings para El empleo del tiempo, un montón de gente se me acercó a decirme: esa es mi propia historia. La historia colectiva es simplemente la suma de un montón de historias personales.

¿Pero qué opinás de las utopías colectivas? Francia siempre ha sido un país de mucho compromiso político…
¿Estás seguro de eso? Tal vez es la imagen que nos gusta dar… ya esa imagen es probablemente una utopía. Creo que cada vez tenemos mejores motivos para oponernos al gobierno y su manera de tratar a los inmigrantes o manejar la economía, y que cada vez en la gente hay más intención de luchar. Yo, por una característica mía, aunque tengo familia e hijos, me siento siempre a una cierta distancia del mundo… trato de comprometerme con cosas, ser parte de movimientos, pero no me resulta fácil: me cuesta creer… Tal vez sea un problema psicológico antes que otra cosa.

Pero esa distancia del mundo es tal vez privilegiada para observar, ¿no?
(responde sin entusiasmo) Sí… También es una posición débil: uno asume que no es muy eficiente para actuar en el mundo… Pero puedo vivir con eso. Y probablemente ayude para hacer películas.

Tus películas parecen intentar a toda costa negarle al espectador la posibilidad de juzgar.
Yo mismo trato de no juzgar a los personajes, porque cuando uno juzga congela al otro. Con respecto a los espectadores, es algo que me encantaría lograr, pero es muy difícil. Durante los screenings de Bienvenidas al paraíso, muchas mujeres evitaban toda identificación con las protagonistas. Negaban rotundamente que esas fueran relaciones que tuvieran que ver con el amor, lo que es una manera de condenarlas. Lo extraño es que si te sentás a hablar con ellas, te dan un montón de razones por las cuáles no les gusta el personaje; pero cuando les preguntás dónde aparecía eso en la película, no saben qué contestar… Me parece que el problema del cine es que la gente ve lo que tiene ganas de ver, lo que esperaba ver antes de entrar a la sala.

¿Eso es un problema?
Sí, es un problema, especialmente cuando uno no es muy asertivo en la manera de contar la historia, cuando uno toma el riesgo de que la cosa vaya en múltiples direcciones. Por ejemplo en El empleo del tiempo, alguna gente leía el guión y me decía “Ah, qué interesante, pero ¿por qué este final feliz?”. Porque al final Vincent vuelve a trabajar, pero el guión explicaba que él estaba destruido y descreído de todo. Cada vez que alguien me decía eso, yo agregaba una palabra: “destruido”, “amargado”. No había caso. Pensé que cuando lo vieran filmado no cabrían dudas, pero aún después de ver la cara sufriente de Vincent en esa última escena, todavía hubo gente que vino a decirme: “Ay, estábamos tan asustas por él, ¡pero ese final feliz es precioso!”. (risas)

Tus películas anteriores se ocupaban de problemas actuales y urgentes. ¿Encontraste algo fuertemente actual en esta última, a pesar de que la acción se sitúe en los años ’80?
La cuestión de la identidad: cómo existimos frente a los otros cuando somos parte de grupos aparentemente tan diferentes de nosotros… el lugar del extranjero en una sociedad, lo que significa ser un turista. Estas cosas son cada vez más importantes, porque cada vez viajamos más. Cuando estábamos rodando en República Dominicana, vivíamos en un resort: era impresionante ver a los turistas pasar los días sin salir nunca del lugar, salvo por una excursión ultra organizada donde ven lo que otros quieren que vean. Esa ceguera de los ricos respecto de los pobres me interesa mucho. Y es precisamente la posición de las protagonistas.

También en las otras había algo de extranjería: los personajes empezaban a sentirse ajenos a sus propias vidas.
Como dije, mis personajes se construyen utopías alrededor de sus vidas, como Vincent, que la escribía como un guión para que estuviera a la altura de su orgullo y del deseo de los demás. En Bienvenidas al paraíso esa utopía está materializada en el hotel, ese lugar donde para ellas la vida es fácil, donde arman a su gusto unos roles, donde ignoran lo que ocurre alrededor: donde están protegidas de la realidad, en resumen. Incluso cuando Ellen dice que en ese lugar nadie pertenece a nadie, creo que es una utopía amorosa en la que ella verdaderamente quisiera creer. Pero como en todas mis películas, la realidad es más fuerte que todos los sueños que podamos construir. Y entonces o seguimos haciendo el mismo papel como monigotes, o hacemos como Ellen, que al final entiende que la utopía terminó y que tiene que volver a su país a ser una mujer vieja.


Haciendo Cine Noviembre 2006

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